Texto leído en el acto escolar:
Agradecemos a esta comunidad educativa y especialmente a Claudia Favero por la oportunidad que nos dan de participar en este acto.
Somos la Mesa de Escrache, un organismo de derechos humanos, que trabajamos por construir memoria del pasado y condena social en el presente de todas aquellas personas que tuvieron responsabilidad o fueron cómplices de la dictadura del 76. El escrache es nuestra herramienta para lograr que la sociedad vea con sus propios ojos dónde el Estado deja de impartir justicia.
Hablar del 24 de marzo, en el marco de un acto escolar, supone el desafio inicial de explicar las causas del golpe del 76. Desafio por demás difícil dado que por momentos parece no haber explicación posible para semejantes niveles de aberración humana.
La dictadura militar iniciada en 1976 fue uno de los períodos más sangrientos de nuestra historia. Se implementó una maquinaria de secuestro, tortura, asesinato y desaparición de los cuerpos, para arrancar de cuajo una generación de jóvenes, laburantes, monjas y tantos otros, que peleaban por un mundo mejor. Así es como se agrega al diccionario de monstruosidades humanas el término “desaparecido”, una creativa invención de nuestros militares argentinos. Pero la desaparición de personas no fue la única violación a los derechos humanos cometida en la dictadura: también hubo exilios, presos políticos, apropiación de bebés de militantes, y en conjunto, la implementación de un régimen cotidiano de terror y disciplinamiento de la sociedad.
Es correcto marcar que hay una continuidad entre la pobreza de hoy y las políticas económicas de la dictadura. El modelo neoliberal que comienza en el 76 se profundiza en décadas posteriores, acrecentando a niveles nunca antes conocidos la deuda externa, la desigualdad social y la destrucción del Estado benefactor. La cultura del aniquilamiento de personas para implantar ese modelo económico provocó en el presente la apatía generalizada hacia toda forma de participación política o directamente el miedo a todo acto de protesta, y la impunidad con que se ejerce el poder desde el Estado que eso conlleva.
Hoy también tenemos desaparecidos en La Argentina. Miguel Bru, Maxi Albanese y Walter Bulacio son desaparecidos de hoy.
Desaparecidos de hoy son también los jóvenes de las villas que pierden la vida en algún descampado a manos del gatillo fácil de la policía. Son nuevos desaparecidos, aunque menos visibles que los del 76 dado que no tienen una sociedad que los reclame y los recuerde. Nuevos desaparecidos son los presos a quienes se tortura con traslados permanentes de penal en penal, borrándolos de todo registro y dejándolos librados a su suerte en un universo de anonimato y extrema brutalidad. Los presos sin condena son nuevos desaparecidos.
Desaparecidos son los migrantes bolivianos, peruanos y paraguayos que vienen a nuestro país exiliados de sus tierras natales, buscando desesperadamente un trabajo para alimentar a sus familias, y en La Argentina solo encuentran que deben vivir indocumentados, en situación de esclavitud y escapando de las racias policiales que permanentemente los hostigan. Nuevos desaparecidos son los desocupados, que han quedado afuera del mercado laboral en situación de pobreza y extrema vulnerabilidad.
Tal vez el caso de Julio López sea el que claramente conecta el pasado tenebroso que hoy recordamos con el presente que tenemos y que queremos librar de fantasmas y secuelas. Jorge Julio López, vecino de los Hornos y militante de los setenta que quizás alguno de ustedes haya conocido, está desaparecido porque los sectores que implantaron el terror en el país no soportaron su testimonio que los dejaba en evidencia. Fue el principal testigo de la causa que permitió que el represor Miguel Echecolatz fuera condenado por cometer delitos de lesa humanidad. Porque hay que recordarlo: esta no es la primera vez que López ha sido desaparecido. Lo fue también en la noche negra de la dictadura. Lo es hoy bajo el estado de derecho, cuando nos parecía que esto no debía ni podía volver a pasar. Esto evidencia que siguen operando en el presente, con igual metodología, aparatos parapoliciales y paramilitares como décadas atrás.
El miedo y la indiferencia son quizás el legado más fuerte que dejó la dictadura porque continúan en nuestros días. El miedo que genera el odio y la crueldad de quienes se ensañan con el que piensa diferente, se expresa hoy en la violenta discriminación y segregación social. Ayer era la subversión el principal enemigo de la sociedad, hoy los pobres y los “zurdos” que cada vez más empañan la tranquilidad y el confort de nuestros universos individuales. Es necesario insistir con que ambos fenómenos de violencia y aniquilación del prójimo parten de una profunda y arraigada intolerancia en la sociedad, que todavía no hemos sido capaces de superar.
Jorge Julio López no está. Y, lo que es igualmente inquietante, no están los gritos necesarios para reclamar su presencia. Falta esa indignación ante lo indigno, esa rebelión ante lo injusto. Sobra el silencio indiferente, ese mismo que acompañó, por parte de algunos sectores de la sociedad, el genocidio de la dictadura.
Exigimos justicia por los desaparecidos de ayer y de hoy.
Luchamos contra el olvido señalando lo siniestro del pasado que perdura en el presente.
Creemos necesaria esta lucha para construir una sociedad más justa, tolerante y solidaria.
30.000 detenidos-desaparecidos presentes
Aparición con Vida de Jorge Julio López
Si no hay Justicia hay escrache
Muchas gracias.